Por Francófago
Antes, mucho antes de convertirse en Transfat Land, las playas de Puerto Rico eran espacios desolados y, en lenguaje turístico, paraísos edénicos. Al menos así lo percibían los pocos turistas gringos que, a principios del siglo XX, llegaban a Porto Rico y descubrían que tenían para ellos solos las playas del Condado. Ir a la playa no era costumbre católica y cuando los susodichos turistas, rojos como camarones, comenzaron a bañarse a orillas del mar, se les tildó de degenerados. ¡Cómo era posible que un hombre –peor aún, una mujer—se exhibiera en paños menores sobre la arena de la playa y, luego, como un chillo colorao, se bañara en el agua salada! Era perverso, una afrenta moral contra las costumbres de la época. A nadie debe extrañar que los boricuas poco a poco hicieran suya esta forma de ocio: fue parte de las bondades de la americanización. Lo que sorprende es que, después de cien años de aquella primera invasión de camarones gringos, estemos experimentando una segunda invasión playera, esta vez de manatíes –o como dirían los cronistas españoles del siglo XVI—de sirenas boricuas.
Corroborarlo es fácil. Basta con que haya un día feriado nacional o federal para que medio país aterrice de nalgas en la playa. Una vez en el balneario de su preferencia, el observador atento hallará carne de gimnasio dispersa en un puñado de slips masculinos y bikinis a reventar, pero en su conjunto los fit freaks constituyen una especie en peligro de extinción, un atavismo que nos recuerda una estética ya superada. En cambio, cualquier observador, por más distraído que sea, notará la proliferación de sirenas que lenta y mórbidamente van transformando nuestras playas en Transfat Land.
Así lo constaté el 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos, cuando fui a la playa del Escambrón junto a mi familia. Me ahorro la aburrida descripción de las costumbres playeras y la denuncia ambientalista: para eso lea una crónica de Rodríguez Juliá o un comment dominical de la Montero. En realidad, de todo el barroquismo consumista que presencié sólo me interesó lo que más llenaba la vista: las sirenas. Cámara en mano me dispuse a documentar el fenómeno. A continuación comparto con ustedes algunos de mis hallazgos.
Es cierto que a distancia es poco lo que podemos apreciar de la sirena de la foto. Podría fácilmente ser confundida con una dama “llenita” o “gordita” en el lenguaje eufemístico del que tanto afectamos los boricuas. Un acercamiento mayor como en la foto siguiente
nos da mayor perspectiva. El desplazamiento físico, la tijera de sus piernas, la acumulación de transfat allí y el gracioso arrastre de sus pies nos lo confirma: es una sirena. Mediana y algo tímida, eso sí, la sirena de la foto todavía no es dueña de sus encantos y se muestra con bastante pudor. En una escala de 0 a 10, su autoestima está en 6. Podría decirse que estamos ante la típica sirena melancólica, en plena transición hacia la estética BIG pero todavía añorando –tontamente—su antiguo cuerpo de mujer flaca.
Esta sirena fue el acabóse del 4 de julio. Disculpen la falta de foco: no pude controlar la emoción de tenerla tan cerca. Se trata de la Sirena in your face, la Super Sirena, la que dice Soy sirena y qué pajó? Esta digna embajadora de Transfat Land lo mismo puede modelar en la pasarela arenosa que hacer pareja en un combate de lucha libre:
La autoestima de esta diva playera rompe nuestra escala: es un 10 agrandado. En ella no existen tontas añoranzas por el waif look de los 90 ni por el fat no more de Richard Simmons. La Super Sirena no tiene empachos en gozársela entera:
La foto no revela mucho, pero lo que siguió poco después de ese momento mereció eternizarse en un videoclip. La Super Sirena bailando reggueatón.
No debe pensarse que la invasión de sirenas en nuestras playas es un fenómeno exclusivamente femenino. Nada que ver. Hay sirenos (perdonen el neologismo estrafalario) como puede apreciarse en la foto siguiente:
Aparte de la ternura que podemos apreciar en la escena –nada raro en la especie–, el sireno de la foto pertenece a la categoría de los tristes. En nada compara con la Super Sirena, ni siquiera con la sirena melancólica. El sireno de la foto siente vergüenza de su panza y la esconde. Vive en perpetua depresión porque está desconectado visualmente de su sexo; si no es con la ayuda de un espejo, el sireno sólo puede orinar de oído. Su autoestima es bajo cero. Le consuela, sin embargo, sentirse rodeado de otras sirenas, por lo que se reproduce con cierta facilidad y tiende a ser gregario:
Como último ejemplo de esta especie les presento la Sirena Next Generation o simplemente NG. Se trata de una sirena adolescente, deslenguada, exhibicionista y, como toda sirena que se precie como tal, dietéticamente incorrecta. Está plenamente consciente de sus encantos y no tiene tapujos en reclamar su superioridad estética. Otro detalle que la destaca: su ánimo de seducción es tan fuerte como su apetito. Fíjense en la coquetería con que exhibe sus rollitos de transfat:
He aquí cuando mi documental fotográfico toma visos de fotonovela. Sucede que Bluekini –la del bikini azul—, carcomida por la envidia, decide retar a NG. Error: estamos en Transfat Land, paraíso de sirenas, nena, aquí los huesos son para los perros. Lo digo yo, no NG que es una sirena de armas tomar y no pierde el tiempo en decir ñoñerías. Por esto, sin encomendarse a nadie, se dispuso a caerle arriba a la temeraria Bluekini:
Si no es por la oportuna intervención del papi chulo de ambas, seguramente Bluekini hubiera terminado enterrada en la arena:
Bluekini, sensata, acepta que sobra en la playa y se marcha de buen ánimo, al tiempo que NG hace su entrada triunfal en el agua.
Pulseos de poder como el que se desató entre Bluekini y NG son cada vez más frecuentes y siempre terminan de la misma forma: con el desalojo de huesos y el asentamiento de más transfat. Hay quienes afirman que el impacto de estos careos sobre el paisaje playero ya es irreversible. Yo lo creo así. Que sirva este fotodocumental como un humilde testimonio de ello. Y que conste: el 4 de julio la playa del Escambrón se convirtió en Transfat Land.
Hay tamaños y colores y para todos hay entrada en mi arcoiris. Que vivan las transfat y su coquetería de autoestima 10.
Seresacolores
Qué obsesión con la estética…otra víctima más de los estándares de belleza. Esa no debe ser la preocupación…hablemos de los infartos, o de la calidad de vida, no de cómo ser para no tener que ser sometido al rigor del prejuicio….Me agota ese rigor, ya apesta.
Seresacolores: gracias por tu ecuménica acogida al Transfat Land.
Anónimo: aunque miremos a otro lado, la obesidad no deja de estar ahí. Y nos guste o no, casi siempre es producto de una adicción.
Es obvio que este escrito es resultado del ocio veraniego…y no de una mirada seria al asunto que trata. El problema no es que se escriba sobre la gordura (que ciertamente es un problema en PR)sino el que no se escriba con una mirada crítica (por qué el problema, qué imlicaciones tiene). Hay una diferencia entre escribir con humor (espectáculo de la inteligencia) y escribir con relajo. Este escrito se dictó desde esto último. Y el problema con el relajo es la intolerancia que mostramos hacia la otredad, hacia lo que no somos…la misma que ha llevado a la guerra actual y a otros genocidios…¿Acaso se está agotando la inventiva?
Anónima veraniega: os digo que no soy gordófobo, pero si quieres creerlo que te vaya bonito. Si te molesta mi humor, es sencillo, no me leas y busca otro espectá-culo de inteligencia que no te ofenda. Para los gustos los colores, no te lo discuto. Lo que es idiota es que equipares Transfat Land al Mein Kampf de Hitler. No es para tanto, please. Deja el melodrama y hoy mismo ponte a dieta. Suerte.
Ser judío, negro o viejo no es una opción, sin embargo en la gran mayoría de los casos, ser obeso sí lo es. Es inocente e irresponsable querer pensar lo contrario. Esta elección que tantos llevan a orgullo, como muestran las fotos de este escrito, ciertamente es preocupante. Yo tomo como una afrenta personal las consecuencias a la salud social que trae la deliberada obesidad. A mí me pareció genial el acercamiento del escritor sobre la actitud zafia que toman algunas personas ante su elección de ser obesos. Gracias por las carcajadas.
Opcion o no, problema social o no, problema de salud o no, problema moral o no, la jodienda es que a veces hay unas gorduras que no puedo tapar.
Nube Negra
intolerancia rampante e ignorante. discriminacion porlo que a los ojos no es bello. queines son ustedes para juzgar? se quemaran en las rafagas del infierno a menos que se confiesen y rezen los padres nuestros y ave marias que su sacerdote de barrio estime necesarios.
madre teresa de calcuta
qué fuerte mi hermano.